Relato 12

Lo recuerdo como si fuera ayer.

Lo recuerdo como si fuera ayer.

El aire electrizado por la tormenta y, sobre todo, el diluvio que caía sobre la ciudad frenética me llevaron a refugiarme en aquella tienda del centro. El tintineo de la puerta hizo que se giraran varias personas, gente anónima, gente sin alma, gente de entre tanta que pasa ante ti sin atraer tu mirada. Sin interés alguno recorrí con mi mirada sus caras. Caras difusas, caras vulgares, caras inexpresivas que no decían nada y, de repente, por un instante, como un relámpago, mi mirada se cruzó con la tuya y una corriente eléctrica recorrió todo mi cuerpo. Mi corazón, desbocado se disparó, mis ojos, cada vez más abiertos se clavaron en los tuyos y una sensación de paz invadió mi alma.

De inmediato supe que había encontrado lo que toda mi vida, sin saberlo, había estado buscando. La otra mitad de mi corazón perdido durante tantos años…

Cuando salí de aquella tienda, contigo colgada de mi brazo, volví a nacer a la vida, supe que, por fin, había encontrado la felicidad y la serenidad para mi propia alma.

A partir de aquel día no volvió a haber un día igual que otro, te convertiste en el centro de mi vida, en mi referente, en mi principal motivo para seguir viviendo.

Cada día dábamos rienda suelta a nuestra pasión lujuriosa. El sexo contigo, sin tabúes, sincero y, a veces, con una cierta dosis de morbo, era el más gratificante que jamás había conocido.

La suavidad de tu piel, el maravilloso misterio de la profundidad cálida de tu cuerpo provocaban en mi, uno tras otro, intensos momentos de placer desbordante.

Me encantaba tu manera de sorprenderme cada noche y el derroche de imaginación que hacía que nunca hubiera dos iguales. Un día eras mi niña mimada, al día siguiente mi doctora de cabecera y al otro mi vecina curiosa del piso de al lado.

Mi vida, por fin estaba completa. No concebía ni podía imaginar mi futuro sin ti.

Por todo eso, aquel día, al abrir los ojos al nuevo día empezó la peor de mis pesadillas. El mundo su abrió bajo mis pies, el futuro desapareció y mi vida perdió, de repente, todo su sentido.

Ahora maldigo cada segundo aquel maldito instante en que se me ocurrió que, nada mejor para resaltar tu nívea tez, que una hermosa roja roja prendida de tu pelo.

Después de revisarla para que ninguna espina pudiera dañar tu perfecta piel, ya dormida, la deslicé por tu dorada melena desparramada por la almohada.

Aquella espina traidora, mil veces maldita que se escondió a mi revisión, cumplió su demoníaco plan y rasgó tu delicada piel de plástico haciendo que todo el aire que insuflaba tu vida se escapara, soplo a soplo por el diminuto y mortal rasguño.

Desde entonces camino como un sonámbulo. Nada hay que haga que mi mirada se levante del suelo. Únicamente, de tarde en tarde, el recuerdo de aquella tarde lluviosa hace que una involuntaria sonrisa se esboce, furtiva, en mis labios.